Versión de "El Decamerón"
En este trabajo la idea era hacer una versión de el Decamerón, pero me ha surgido algo diferente. No se adapta fielmente al Decamerón, pero me he propuesto mezclar tanto la estructura de la obra de Boccaccio, con un intento de alegoría al más puro estilo de Dante y he intentado plasmar la idea del amor cortés de Petrarca. Esto es un texto muy modesto que no tiene comparación con estos autores, pero he hecho lo que he podido para plasmar algo de cada uno así como el movimiento literario que engloban en este relato.
Espero que os guste, y me gustaría recibir criticas. Gracias.
LLUVIA, FUEGO Y CENIZA.
Hacía tiempo que no se sentía tan bien, la lluvia rozando su
blanca piel de porcelana y su pelo rojo fuego enredándose entre los dedos de
Ricardo como si quedaran atrapados entre las ramas de los pinos, jugando y
corriendo como niños que no conocían nada más que su tierna inocencia. La
lluvia fue creciendo golpeando cada vez más fuerte las cabezas de los jóvenes
que buscaron refugio dentro de un gran tobogán cerrado.
Allí se sentía a salvo, aún con la ropa empapada parecía el
sitio más cálido y confortable en el que podía estar, porque estaba con él.
-Parece que vamos a quedarnos aquí un tiempo- Dijo Ricardo
pasando una de sus manos por la mejilla de Arabella. Ella lo miro con esos ojos
verdes como perdidos en un bosque inmenso del que no había salida. –Tengo una
idea- comenta resuelta apartando la mirada de los ojos castaños de Ricardo.
Nunca le podría sujetar la mirada, aquella mirada que transmitía tanto solo con
el brillo de los ojos y una sonrisa rota y torcida que solo le inspiraba
ternura e inocencia. –Cada uno tiene que contar una historia, pero no cualquier
historia, una historia que en verdad sorprenda al otro, tiene que dar un
escalofrío al escucharla, tiene que tener ese sabor de boca que te deja un beso
en el portal de casa a las dos de la mañana- hace una pausa, como si entre
puntos suspensivos quisiera ocultar aquella idea incompleta. –Tan poética y
dramática como siempre, gustos raros a juego con el alma de cada uno, supongo
que es lo que siempre he querido- Ambos sonrieron tímidamente. –Pero ¿de qué
quieres que trate exactamente? Ese escalofrío te lo puede dar una historia de
pasión plagada de besos o un cuento de terror en el que todo acabe manchado en
sangre.-
- ¿Y por qué no una mezcla de ambos? Mezclemos pasión con
dolor, mezclemos amor con odio, cuéntame algo que me haga odiarte y desee
poseerte al mismo tiempo. Creemos una historia de dos polos que acaben
atrayéndose para crear la combinación perfecta de dulce dolor, excitante
tortura.
Ricardo ve como en los ojos verdes de Arabella cada vez
predomina más el negro de su pupila dilatada, ¿De verdad podría encontrar
placer en una historia de dolor? Quizá era por eso por lo que seguía frente a
él, por el placer al dolor del corazón. Se aclara la garganta y toma uso de esa
improvisación y falta de planificación (como la que tenía en su su vida) y
comenzó la narración.
“Se me viene a la mente la imagen del fuego, piensa en el
fuego paseando por un campo solitario donde todo parece no encajar con él,
donde todo lo que toca puede acabar ardiendo y destruido. De repente el fuego
percibe algo, se para en el camino y observa una pequeña rosa, tan delicada con
un tono rojo oscuro que se asemeja al carmín; pero algo raro ocurría en ella,
se estaba helando, la fría escarcha de la madrugada de aquella tarde de enero
la estaba marchitando cada vez más, notaba esa fina capa de hielo anunciando su
final inevitable. Tendió la mano a la flor, tal vez ese calor siempre
destructivo podría salvarla. La acaricia suavemente con los dedos y el hielo
comienza a deshacerse como si la primavera se hubiera adelantado y un cálido
rayo de sol llenase de vida la flor.
El fuego al ver emocionado que conseguía devolver la vida a
la flor marchita, se acerca precipitadamente a cogerla y tocar sus pétalos,
acariciar su tallo, necesitaba poseer esa única flor que había salvado y no
destruido.
La flor se fundió en una llama, que crecía cada vez más y
más, el fuego intentaba apagarla agarrándola, intentando que no se desvaneciera
desesperadamente; pero no lo conseguía, contra más intentaba apagarla más
ardía, hasta quedar reducida a cenizas; no había pétalos color carmín, no había
tallos verdes, no había nada, solo un montón de ceniza, sombra de lo que un día
fue hermoso.
El fuego desalentado, comenzó a llorar por la pérdida de su
rosa, por la pérdida de la única flor en la que pudo aportar un ápice de vida y
con la que su propia codicia murió con él. Lloraba y lloraba; y contra más
lloraba el fuego se apagaba. Lo que antes era gran hoguera, se convirtió en
llama y más tarde en una mísera ascua consumida en sus propias lágrimas, en su
propia tristeza…”
Entre los dos se hizo el silencio. Ya solo se oía el
tintineo de la lluvia revotando en el asfalto de la calle y la tierra mojada
del parque. Todo era silencio, roto por la voz entrecortada de Arabella que
asombrada consiguió susurrar “Tú tan fuego, yo tan ceniza…”